Paul entró hacia la cocina un poco nervioso, ya que no sabía la reacción que podría tener Chango cuando le contara lo que pasaba por su cabeza.
— Bueno Paul, dime qué ocurre.
— Mira… No quiero seguir atracando — dijo con voz temblorosa.
Chango se recostó en el asiento, le miró fijamente a los ojos muy serio, suspiró y le respondió:
— No quiero cabrearme contigo Paul, ya sabes que me caes muy bien ¿no? Pero sabes perfectamente que no puedes dejar el trabajo, a tu padre lo trincaron y todavía le faltaba por pagarnos 4 millones para poder dejar de trabajar, te acuerdas, ¿no? No te preocupes Paul, con dos trabajos más todo se acabará y podrás seguir con tu vida normal, pero por ahora no me enfades o tendré que utilizar mi pistola.
A lo que la enseñó sin vacilar. Paul empezó a sudar.
— ¡Vale, vale, Chango! no te preocupes terminaré los trabajos que quedan.
— Así me gusta, Paul — dijo Chango y le dio una palmadita en el hombro mientras se levantaba.
Chango fue hacia el salón y dijo:
— Bueno chicos, me voy, otro día me contaréis lo que ha pasado hoy, no me quiero cabrear… Solo os digo que la próxima vez tengáis más cuidado, la policía no es tonta. Ya os diré cuando es el próximo trabajo y no quiero ningún error para el próximo. Bueno, me voy, ya hablaremos.
Sonrió y se fue por la puerta, pero antes miró muy serio a Paul.
Paul tenía además un empleo, ya que del dinero que sacaban de los atracos no solía quedarse con nada.
Trabajaba en una oficina, una oficina aburrida, donde todas las mañanas hacía lo mismo: encargarse de las cuentas de la empresa durante 8 horas, todos los días igual.
El día siguiente al atraco fue a trabajar y encontró encima de su mesa una carta en la que ponía su nombre, se quedó mirando el sobre durante varios segundos, ya que él no había recibido nunca una carta en su trabajo.
La cogió, muy cuidadosamente abrió el sobre y cogió la carta en la que ponía en letras mayúsculas:
“SE QUE AYER ATRACASTE CON TUS AMIGOS EL BANCO. DEJA DE COMPORTARTE COMO UN NIÑO MALO, Y NO ME HAGAS IR A DARTE UNOS AZOTES, ¿VALE, PAUL?”
Un escalofrío recorrió su cuerpo entero y se sentó rápidamente en su silla.
— ¿Cómo pueden saber que era yo? ¿Qué tengo que hacer ahora? — pensó.
Estaba metido en un buen lío, y era consciente de ello.